El amor, extraño en mi casa, recorre las habitaciones, levanta el polvo y agita las páginas de los libros viejos -cansados de estar cerrados- entre fotos de estatuas y cuadros, su melodía discurre por mi corazón, como si fuese la risa de los niños o la brisa del mar que hace picar mis ojos por la sal y la emoción de ver el infinito. Un tiempo extraño, de ilusiones y besos entre apócopes de lágrimas y suspiros, y el ataque de los violines, como si Mahler hubiese resucitado. El amor, ah... el amor. Entre los peores momentos, entre la desesperación, entre el instante previo a la muerte, entre las flores rotas tiradas por el suelo, entre los desgarrados silencios de una soledad sin fin... el amor. Ese instante en que suena tu voz y el mal escapa; son los días de la dicha, los buenos días, cuando se pueden construir catedrales sólo con soñarlas, cuando se puede hacer el amor sólo con desearlo, cuando se te puede querer sólo con quererte... Si te tuviese aquí entre mis brazos, te rezaría, rezaría cada noche a tu coño para que no se cerrase nunca, para que siempre me amase, como la primera vez, cuando me comió el sentido en una noche de flash, como la última cuando me estrujó el sexo hasta dejarlo exangüe. Si tu me amases yo volaría, si tu me quisieses saltaría sobre el mar como un saltamontes en la hierba detrás del sol. Vivir, sentirte, estremecerme debajo de ti es todo lo que quiero, sólo a ti una estrella que se mueve deprisa entre las sombras, un recuerdo de algo que nunca tuve, un deseo... tu vida.
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