Encendió un pitillo mientras miraba como se alejaba, llevaba tanto dorado encima que parecía un Ferrero Rocher, todo el mundo la conocía en el pueblo como "Mari la ladrona", lo que pasa es que sus hurtos en tiendas de ropa y joyerías eran nimierías comparado con los robos a firma (y sello del ayuntamiento) armada que realizaba su marido. Hacían buena pareja, él era un neurótico con aires de grandeza y la ira a flor de piel, y ella era una imbécil redomada. El regidor utilizaba a sus fieles perros, el arquitecto y el jefe de la policía local, para abrir y cerrar obras y locales a su antojo. Bajo lo que el llamaba "la dignidad y el respeto a que obligaba su cargo" ocultaba el más rancio ordeno y mando de su autoproclamado, por él y por los gacetilleros locales, carisma y liderazgo. Lo que simplemente era auténtica democracia orgánica, es decir, la democracia de los órganos, o sea huevos, o como tanto le gustaba decir al alcalde: —Por mis cojones.
En este plácido ambiente era donde nuestro hombre estaba de vacaciones, las tapas eran baratas y los gin-tonics cargados, el problema es que empezaba a ser conocido. Sus simpáticos comentarios sobre el servicio de los camareros y las condiciones de los locales no eran muy apreciadas por los hosteleros, como tampoco eran apreciadas las diatribas con que regalaba a la fauna pera, que poblaba las terrazas. Un solitario huraño, al que perdonar sus manías, siempre que pagase por supuesto, aunque mas que asocial lo que solían llamarlo era anormal, junto con otros epítetos no menos cariñosos como faltoso, babayo, maricón o cabrón, sobre todo estos últimos a partir de las dos de la mañana, cuando su creatividad estaba en plena efervescencia. Cuando la primera dama (o japuta del pueblo) le pidió fuego apenas eran las cinco de la tarde, y tal vez, por ser la hora tan torera, o por sentir la puya del odio de clase, el hombre escuchó el clarín, y antes de que la personaja se fuese le regalo una frase:
—Si en vez de culo tuvieses cerebro, andarías a cuatro patas —por suerte nadie entendió el piropo, el ruido del vaporizador de la leche y las voces de los jugadores, impidieron su propagación—.
Así que volvió a su lectura, al coñazo de El país, le sucedió el humor disparatado de La razón, aunque despertó mas su interés la conversación de la mesa de al lado donde estaban comentando la denuncia contra el registrador de la propiedad, por parte de un heredero frustrado, que tras volver de Bélgica se encontró con que la casa de su abuelo, muerto estrapayado por su Pascualín al intentar atravesar la finca a toda hostia, ahora estaba a nombre de la mujer del registrador, la notario del pueblo de al lado.
Los tertulianos, eran tres, los tres con polo, náuticos encerados y ricitos tras la gomina. El más enterado llevaba unas gafas colgando de una cadena, para hacer como que sabía leer, y parecía que le habían encerado la calva. El más joven, de unos treinta y cinco años, eterno opositor a abogado del estado, como su héroe Franquito, asentía con la cabeza a todo lo que decían los mayores, y de vez en cuando decía: —Jolín con el registrador.
El tercero en discordia se frotaba las manos con fruición y cada vez que pronunciaba la palabra millón, de euros, de pesetas, de metros cuadrados, de lo que fuese, le brillaban los ojos como si acabase de ver a la Virgen María en bragas. Parecían el Dúo Dinámico, pero en tres, para hacer mejor los coros.
Pidió otro gin-tonic, advirtiendo, inútilmente, al zangolotino de que lo quería en vaso de sidra y con limón exprimido, y afiló el oído en busca de la escritura perdida.
—Pues si —dijo el de la calva encerada, que debía ser abogado o portero de la calle Cervantes de Oviedo, por la pinta de gilipollas— resulta que no es la primera vez que pasa, que yo ya se lo oí a don Servando —el cura del pueblo, famoso por sus lios con una sobrina que se tuvo que marchar a toda prisa y no volvió hasta pasados cinco meses— me contó una vez que andaba detrás de una finca, que era propiedad de una vieja que vivía sola y a la que no se le conocia familia; era un prao muy bueno, bastante llano y con frutales. Pues andaba él allí todos los días venga que dale a la beata, que sí Santa Rita, que sí San Genaro, que sí el Papa..., y cuando creía que ya la tenía a punto de caramelo resulta que va la señora y estira la pata, pero el pater ya tenía preparao el testamento, así que le puso un garabato como el de la vieja y a correr. ¿Pero que pasó, os podeis creer, que cuando fue a registrar la propiedad a nombre de la Iglesia, resulta que ya estaba a nombre de otra persona?
—Jolín con el registrador —dijo el opositor mientras se persignaba, creyéndose Gracita Morales o cualquier otro personaje de ese programa de televisión que le gustaba tanto porque le recordaba a esa España imperial, de la que le hablaban sus mayores y que él apenas pudo disfrutar—.
—¿Pero como es posible? —exclamó Pepito, que era el dueño de la pastelería donde paraban los autocares de linea, y el propietario de tres pisos que alquilaba a los peregrinos que hacían el Camino del Norte, en verano y a los negros que venían a trabajar en la construcción del nuevo dique del puerto en invierno, a doce personas por piso y con derecho a nada— Si don Fernando es un señor muy serio y ademas está casado con Enriqueta la notaria de Alcurnia de Abajo.
—Pues ya ves Pepito, y además me han dicho, que se va a presentar a las elecciones a diputado autonómico, que el partido necesita de gente de categoría y que la dirección regional apuesta por él, que está muy bien visto en la capital, sobre todo desde que invitó al Presidente a la fiesta que organiza todos los veranos en su casona. Y que el Presi eufórico después de haber visto actuar a Chayanne, le cogió por el hombro y le llevó a un aparte y de dijo:
El tercero en discordia se frotaba las manos con fruición y cada vez que pronunciaba la palabra millón, de euros, de pesetas, de metros cuadrados, de lo que fuese, le brillaban los ojos como si acabase de ver a la Virgen María en bragas. Parecían el Dúo Dinámico, pero en tres, para hacer mejor los coros.
Pidió otro gin-tonic, advirtiendo, inútilmente, al zangolotino de que lo quería en vaso de sidra y con limón exprimido, y afiló el oído en busca de la escritura perdida.
—Pues si —dijo el de la calva encerada, que debía ser abogado o portero de la calle Cervantes de Oviedo, por la pinta de gilipollas— resulta que no es la primera vez que pasa, que yo ya se lo oí a don Servando —el cura del pueblo, famoso por sus lios con una sobrina que se tuvo que marchar a toda prisa y no volvió hasta pasados cinco meses— me contó una vez que andaba detrás de una finca, que era propiedad de una vieja que vivía sola y a la que no se le conocia familia; era un prao muy bueno, bastante llano y con frutales. Pues andaba él allí todos los días venga que dale a la beata, que sí Santa Rita, que sí San Genaro, que sí el Papa..., y cuando creía que ya la tenía a punto de caramelo resulta que va la señora y estira la pata, pero el pater ya tenía preparao el testamento, así que le puso un garabato como el de la vieja y a correr. ¿Pero que pasó, os podeis creer, que cuando fue a registrar la propiedad a nombre de la Iglesia, resulta que ya estaba a nombre de otra persona?
—Jolín con el registrador —dijo el opositor mientras se persignaba, creyéndose Gracita Morales o cualquier otro personaje de ese programa de televisión que le gustaba tanto porque le recordaba a esa España imperial, de la que le hablaban sus mayores y que él apenas pudo disfrutar—.
—¿Pero como es posible? —exclamó Pepito, que era el dueño de la pastelería donde paraban los autocares de linea, y el propietario de tres pisos que alquilaba a los peregrinos que hacían el Camino del Norte, en verano y a los negros que venían a trabajar en la construcción del nuevo dique del puerto en invierno, a doce personas por piso y con derecho a nada— Si don Fernando es un señor muy serio y ademas está casado con Enriqueta la notaria de Alcurnia de Abajo.
—Pues ya ves Pepito, y además me han dicho, que se va a presentar a las elecciones a diputado autonómico, que el partido necesita de gente de categoría y que la dirección regional apuesta por él, que está muy bien visto en la capital, sobre todo desde que invitó al Presidente a la fiesta que organiza todos los veranos en su casona. Y que el Presi eufórico después de haber visto actuar a Chayanne, le cogió por el hombro y le llevó a un aparte y de dijo:
—Fernando, el partido necesita de gente de tu valía, tengo puestas grandes esperanzas en ti, y ahora preséntame al cantante antes de que se enfríe.
El hombre miraba las letras esparcidas sobre la mesa, mientras se regodeaba con la información oral y con el provecho que le iba a proporcionar esa historia. Apuró el cacharro mientras se marchaban los cotillas, que abandonaron el café con la cabeza erguida y la barriga dentro, como cuando estaban en la tuna de la facultad de derecho y el dueño del bar les decía:
—A cantar a la puta calle.
CONTINUARÁ
Vamos,que ya le he cogido cariño al cabrón.Pero a su familia pordios que ni la mente.
ResponderEliminar"...La penumbra llenaba el pasillo de bultos, el espejo reflejaba solo una silueta, la cruda verdad se desdibujada, las tinieblas me hacían brillar mientras me ocultaban..."
ResponderEliminarMe tienes atrapado con el relato aunque haya personas que no se quieran ver "reflejadas" jajajj (es broma cariñosa Igulita)
Este pueblo es como todos ,sean de veraneo o no.
ResponderEliminarYo viví en uno como este hace muchos años,donde la fuerzas vivas eran el cura.el boticario y el comandante de la guardia civil.
Tambien habia clases sociales y rencillas politicas,pero eran más peligrosas que las de ahora.Si te denunciaban ibas directo al cuartelillo o peor.
Pero bueno eran otros tiempos.aunque los chanchullos eran igual que ahora.
No tardes con el tercer capítulo. M