«El cine es un lenguaje.
La memoria es la más fiel de las películas, la única que
puede impresionarse a no importa qué altitud y con el único límite de la
muerte. Pero ¡quién no es capaz de ver la diferencia entre el recuerdo y la
imagen objetiva que le da una eternidad concreta!
Del montaje, que como es sabido proviene principalmente de
las obras maestras de Griffith, André Malraux escribía en la Psychologie du cinéma que constituía el nacimiento
del film como arte; lo que le distinguía verdaderamente de la simple fotografía
animada convirtiéndolo en un lenguaje.
En los tiempos del cine mudo, el montaje evocaba lo que el realizador quería
decir; en 1938 la planificación describía;
hoy, en fin, puede decirse que el director escribe directamente en cine. La imagen, su estructura plástica, su
organización en el tiempo, precisamente porque se apoya en un realismo mucho
mayor, dispone así de muchos más medios para dar inflexiones y modificar desde
dentro la realidad. El cineasta ya no es sólo un competidor del pintor o del
dramaturgo, sino que ha llegado a igualarse con el novelista.
Cuando el cineasta intenta llevar a la pantalla grandes
obras literarias ya no le vale con plagiar, tiene que transcribir unas obras
que ya son transcendentes. ¿Y comó podría ser de otra manera si estas revelan
una forma tan sutil de literatura que los héroes y la significación de sus
actos dependen íntimamente del estilo del escritor, si los personajes están
encerrados como en un microcosmos cuyas leyes, rigurosamente necesarias, no
tienen valor en el exterior; si la novela ha renunciado a la simplificación
épica —punto de partida de mitos—, para ser la reunión de sutiles
interferencias entre el estilo, la psicología, la moral o la metafísica?
El fotografiar el teatro ha sido siempre una tentación para
el cineasta, ya que es en sí un espectáculo; pero el resultado es de todos
conocido. Y la expresión “teatro filmado” ha llegado a ser el lugar común del
oprobio crítico. Por lo menos la novela requiere un cierto margen de creación
para pasar de la escritura a la imagen. El teatro, por el contrario, es un
falso amigo; sus ilusorias semejanzas con el cine llevan a este a una vía
muerta, lo atraen a la pendiente de todas las facilidades.
Constatar qué el cine ha aparecido “después” de la novela o
el teatro no significa que vaya tras sus huellas y en su mismo plano. El
fenómeno cinematográfico no se ha desarrollado en absoluto en las condiciones
sociales en las que subsisten las artes tradicionales. Los primeros cineastas
han robado lo necesario del arte cuyo público querían conquistar, es decir, el
circo, el teatro de feria y el music-hall,
que proporcionaron, en particular a los films burlescos, una técnica y unos
intérpretes. No fueron influenciados por una literatura que al igual que el
público al que se dirigían, tampoco ellos leían. En cambio, sí que lo fueron
por la literatura popular de la época, a la que se debe, con el sublime Fantomas, una de las obras maestras de
la pantalla. El film recreaba las condiciones de un auténtico y gran arte
popular, y no ha desdeñado las formas humildes y despreciadas del teatro de
feria y de la novela por entregas.
Cuando el cine se ha lanzado realmente en pos del teatro, ha
enlazado —prescindiendo de uno o dos siglos de evolución— con categorías
dramáticas casi abandonadas.
No sería muy difícil hacer la misma demostración con la
novela. El film de episodios, que adapta la técnica popular del folletín,
redescubre sus viejas estructuras.
En este proceso de influencias o correspondencias, es la
novela la que ha ido más lejos en la lógica del estilo. Es ella quien ha sacado
el partido más sutil de la técnica del montaje, por ejemplo, y del
trastocamiento de la cronología: ha sido sobre todo ella quien ha sabido
levantar hasta una auténtica significación metafísica el efecto de un
objetivismo inhumano y casi mineral. ¿Qué cámara ha permanecido tan exterior a
su objeto como la conciencia del héroe de El
extranjero, de Albert Camus? En realidad, no sabemos si Manhattan Transfer o La condición humana hubieran sido muy
diferentes sin el cine, paro estamos seguros en cambio de que Thomas Garner y Citizen Kane no hubieran sido concebidos jamás sin James Joyce y
Dos Pasos.
El cine asimila el formidable capital de asuntos elaborados,
amasados a su alrededor por las artes ribereñas a lo largo de los siglos. Se
las apropia porque las necesita y porque nosotros sentimos el deseo de
reencontrarlas a través suyo.
Haciéndolo, no las sustituye, sino todo lo contrario. El
éxito del teatro sirve al teatro, como la adaptación de la novela sirve a la
literatura. Hamlet en la pantalla no
hace más que aumentar el público de Shakespeare, un público que en parte al
menos descubrirá el gusto de ir a escucharlo en la escena. En realidad, no hay
en absoluto competencia ni sustitución, sino presencia de una nueva dimensión
que las artes han perdido poco a poco desde el Renacimiento: la del público.
¿Quién podrá lamentarse?»
André Bazín, ¿Qué es el cine?, 1958-1963
André Bazín, ¿Qué es el cine?, 1958-1963
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