jueves, 14 de mayo de 2009

Antonio Vega, que estás en los cielos...


Toda la noche soñé contigo; llegué a tu casa, un poco destartalada, con un patio delante lleno de maleza y macetas rotas, en el que jugaban galgos y gatos y también había lagartijas sin rabo. Me senté a tu lado en el sofá, mirábamos la televisión, de donde ibas saliendo tu mismo. Había más amigos alrededor de la mesa y me acuerdo que estabas descalzo con unos calcetines negros por los que asomaba el dedo de un pie. Una de las veces que desperté pensaba que estaba viendo YouTube, pero al darme cuenta de que estaba en la cama, me quede flipado porque parecía uno de la Patrulla X con superpoderes; me volví sobre la almohada y dije: ahora quiero ver Lucha de gigantes, ahora Una décima de segundo, y Tesoros, y No me iré mañana y El sitio de mi recreo y Romance de Curro el Palmo, y... pero no, era un sueño, así que deprisa me volví a concentrar y volví a estar contigo.
Tu voz explicándome las canciones era como el mar calmado, como las hojas de los árboles balanceándose. Me enseñaste las canciones como mi madre me contaba los cuentos cuando yo era pequeño; Esperando nada, Mis dos amigos, Tuve que correr, Chica de ayer, Guitarras, Ansiedad.. y yo me iba deslizando del sofá hasta caer al suelo en un éxtasis como el de San Juan de la Cruz.
Luego dimos un paseo por el patio mirando como se escondían las lagartijas y los gorriones. Me enseñaste orgulloso el menbrillo que habías plantado y hablamos un poco del cine de Erice; después me quede embobado contemplando como el sol se diluía entre el agua de un río cercano. Y tu voz llamándome me despertó, pero no te veía; corrí hacia la tapia que separaba la casa de un barranco y al no encontrarte me asuste, grité tu nombre y me encaramé al muro de ladrillo, había mucha altura y tenía miedo de que te hubiese pasado algo, estaba doblado sobre la cintura mirando en todas direcciones hasta que volví a oírte.
Me dijiste adiós mientras me saludabas con la mano con esa medio sonrisa tuya. Respiré aliviado aunque triste por tu marcha; parecías un Ecce Homo de Gregorio Fernández o de Pasolini pero al verte tan tranquilo, te saludé contento, ibas entre amigos. Me pareció que estaban Billie y Poe, creo que también Dash; os fuisteis caminando por un sendero que ascendía La última montaña.
Desperté y seguía con tu sonrisa, y además podía seguir escuchando tus canciones; me fui a desayunar, yo también estaba tranquilo y no hizo falta que pusiese tus discos para seguir oyéndote.

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