jueves, 3 de mayo de 2012

E. H. GOMBRICH, La Historia del Arte
























Releyendo La Historia del Arte de Gombrich volví a encontrarme al final del famoso libro con los nueve factores que para el académico británico «han cambiado la situación del arte y de los artistas en nuestra sociedad, poniendo el arte más de moda de lo que nunca había estado en el pasado.»

Por su claridad y por su vigencia aquí los resumo como la aportación del sabio vienes a la comprensión del arte actual:

1. La experiencia que tenemos del progreso y el cambio. Pareceremos ridículos si nos confundimos despreciando a un artista que luego triunfe, como ocurrió con las despiadadas críticas que recibieron los pintores impresionistas.

2. El desarrollo de la ciencia y la tecnología. Debemos abrir la mente, ningún industrial puede arriesgarse a llevar el estigma del conservadurismo, no sólo debe estar al día sino que tiene que parecerlo, así decora su despacho con obras cuanto más revolucionarias mejor.

3. Vía de escape de la ciencia y la tecnología, rechazar lo racional y mecánico, refugiándose en la niñez.

4. Idea de autoexpresión romántica y vinculación, desde las teorías de Freud, que se produce entre los desordenes mentales y los sueños con los artista y el arte, que es la expresión de su tiempo por lo que el artista debe abandonar el autocontrol y si la obra es desagradable es porque este mundo es desagradable, frente a los que buscan la belleza que son unos escapistas.

5. Las artes plásticas dependen menos de los intermediarios, son más baratas y por lo tanto libres, que las otras artes así la pintura es la más apta para las innovaciones radicales.

6. La enseñanza del arte, la revolución educativa, ahora los niños pintan con libertad y no se limitan a copiar o a rellenar siluetas con colores, esto inculca la creatividad y la tolerancia para la vida.

7. Este factor, podría haber sido el primero: la expansión de la fotografía en cuanto que rival de la pintura y el acceso a millones de personas de las cámaras fotográficas. Ya no sirve, por tanto, para público y críticos el comentario de las pinturas basándose en el verismo de su imitación de la realidad; ahora el arte debe explorar alternativas a la representación de la naturaleza y esta idea es admitida por casi todos.

8. La guerra fría. Frente al racionalismo publicitario al que son sometidos los artistas en la Unión Soviética el bando occidental se lanza con entusiasmo al mecenazgo de rebeldes extremistas para hacer patente el contraste entre una sociedad libre y una dictadura.

9. El placer del cambio en las modas, aceptado por la juventud y extendido a todo el público, ha enriquecido nuestro entorno y contribuye a la diversión. Es con este espíritu con el que mucha gente joven contempla lo que siente como el arte de su tiempo, sin preocuparse excesivamente por las elucubraciones interpretativas que suelen contener los catálogos de las exposiciones. Es sorprendente hasta que punto lo que Harold Rosenberg llamaba la tradición de lo nuevo ha venido a darse por sentado en el arte contemporáneo.

La historia del arte en el siglo XIX nunca podrá ser la historia de los maestros con más éxito y mejor pagados de sus tiempos. Tendrá que ser más bien la historia de un puñado de hombres solitarios que tuvieron el valor y la tenacidad de pensar por si mismos, de examinar las convenciones sin miedo y con ojo crítico, permitiéndoles desarrollar nuevas posibilidades para su arte.

El mundo occidental está en deuda con la ambición de los artistas de superarse unos a otros. Sin esta ambición no hubiera habido ninguna historia del arte. Y sin embargo es más necesario que nunca recordar que el arte difiere de la ciencia y la tecnología. En arte no puede hablarse de progreso como tal, porque cualquier mejora en un aspecto suele ir seguida de una pérdida en otro. Esto es tan cierto para el momento presente como lo fue en el pasado. Es plausible, por ejemplo, que el aumento de tolerancia comporte además un bajón de nivel, y que la búsqueda de nuevas emociones forzosamente ponga en peligro aquella paciencia que hacía que los amantes del arte de otros tiempos cortejaran las obras maestras hasta que éstas hubieran desvelado parte de su secreto.






















Cristo en pis, Andrés Serrano, 1987

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