En la noche siguiente a la batalla de Waterloo, mientras retiraban los cadáveres del campo, el Duque de Wellington paseaba por los restos del infierno y al volver a su tienda escribió: "Nada, salvo una derrota, es tan melancólico como una victoria".
Tras el brutal esfuerzo de los hombres por sobrevivir, de matar antes de ser matados; al rendirse el enemigo, al acabar la carnicería; el cuerpo extenuado, no soporta al cerebro, al alma que aúlla ebria de sangre, es el espíritu que cabalga aunque el jinete ya se ha detenido. El horror que contemplamos y el que acabamos de vivir, es imposible que salga de nosotros a pesar de que ya no tengamos que disparar, acuchillar o cañonear. Hemos sobrevivido pero la parca nos seguirá siempre. Una vez más, la salvación dependerá de la muerte, por eso, una derrota es lo más parecido a una victoria. En la fotografía, una de las primeras imágenes tomadas de una batalla, los cadáveres de los soldados esparcidos por el campo son del ejercito confederado, y aunque el sitio es distinto, Gettysburg, y han pasado casi cincuenta años de lo de Waterloo los muertos son los mismos.
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