Drácula estaba harto, salía todos los días a cazar miserables. Siempre encontraba algún ser de esos que saben que se van a morir y se creen inmortales, él los satisfacía vaciándoles las entrañas y llenándoles el alma de noche.
Pero Drácula se estaba envenenado con toda esa sangre de hombres y
mujeres que sufrían, sangre de hombres abandonados y de mujeres
olvidadas, de niños faltos de dulzura, de madres sin hijos y de padres sin
esperanza. El mundo se había convertido en un bosque de almas en pena
donde el vampiro iba devorando la vida de los que ya estaban muertos. Estaba
hastiado de oír los gritos de todos esos espíritus que se mezclaban con los
latidos de su podre corazón siempre lleno de sangres mortales para
convertirlas en eternas inmundicias.
Los aullidos de los condenados no le dejan dormir. Entonces, cuando llega a casa se sienta en su sillón de cuero, hecho con la piel de sus enemigos, y antes de bajar a la cripta y meterse en el ataúd, después de quitarse la chaqueta del frac, se remanga la camisa, se aprieta el brazo con el cinturón y se clava la jeringuilla hipodérmica. La dosis de morfina sube por la tubería de la vena buscando acallar al corazón enfermo de dolor por todo el dolor de los vivos a los que tuvo que quitar la vida para que viviesen dentro de él.
La sustancia mágica se desparrama sobre las ánimas perdidas y las acalla, dándoles un poco de paz en el sufrimiento loco. Entonces el conde, al fin, puede cerrar los ojos y acordarse de su amor; recordar su boca y el roce de su pelo, las veladas frente a la chimenea y el juego de sus lenguas, antes de que llegase el Diablo y se adueñase de todo. Este instante de la noche, justo el último antes de salir el sol, cuando Drácula ve a su amada y la siente entre sus brazos, es el único en que no escucha las voces de los atormentados que no le dejan morir.
Los aullidos de los condenados no le dejan dormir. Entonces, cuando llega a casa se sienta en su sillón de cuero, hecho con la piel de sus enemigos, y antes de bajar a la cripta y meterse en el ataúd, después de quitarse la chaqueta del frac, se remanga la camisa, se aprieta el brazo con el cinturón y se clava la jeringuilla hipodérmica. La dosis de morfina sube por la tubería de la vena buscando acallar al corazón enfermo de dolor por todo el dolor de los vivos a los que tuvo que quitar la vida para que viviesen dentro de él.
La sustancia mágica se desparrama sobre las ánimas perdidas y las acalla, dándoles un poco de paz en el sufrimiento loco. Entonces el conde, al fin, puede cerrar los ojos y acordarse de su amor; recordar su boca y el roce de su pelo, las veladas frente a la chimenea y el juego de sus lenguas, antes de que llegase el Diablo y se adueñase de todo. Este instante de la noche, justo el último antes de salir el sol, cuando Drácula ve a su amada y la siente entre sus brazos, es el único en que no escucha las voces de los atormentados que no le dejan morir.
Sublime.
ResponderEliminarDesde la sombra
Una historia tierna, que bueno es este Drácula. ¿Dónde venden esa sustancia mágica? yo tambien quiero.
ResponderEliminarEn términos científicos y médicos es bien conocido el fenómeno de la tolerancia a las sustancias. A medida que la drogadicción avanza, el toxicómano necesita aumentar la cantidad que consume para conseguir el mismo efecto. En ocasiones, el hastío de la droga habitual, infiere un cambio cuantitativo hacia otro estupefaciente mas potente. En bastantes casos la politoxicomanía es el siguiente paso. Tal como ocurre en el caso del paciente actual.........
ResponderEliminarA mí siempre me gustó Drácula, incluso me cae bien,y me dá pena. El no tiene la culpa de ser un vampiro, nadie la tiene.
ResponderEliminarQue vida tan triste.
Marta
A mí siempre me dio pena Dracula. tan triste, tan frio, sin culpa de ser quien es.
ResponderEliminarTenia que tener una dirección, para casos desesperados. Mejor que las pastillas, ventanas
trenes etc. de paso le serviamos la cena.
Marta