viernes, 11 de diciembre de 2009

Ébano


















«He vivido unos cuantos años en África. Fui allí por primera vez en 1957. Luego, a lo largo de cuarenta años, he vuelto cada vez que se presentaba la ocasión. Viajé mucho. Siempre he evitado las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran política. Todo lo contrario: prefería subirme a camiones encontrados por casualidad, recorrer el desierto con los nómadas y ser huésped de los campesinos de la sabana tropical. Su vida es un martirio, un tormento que, sin embargo, soportan con una tenacidad y un ánimo asombrosos.
De manera que éste no es un libro sobre África, sino sobre algunas personas de allí, sobre mis encuentros con ellas y el tiempo que pasamos juntos. Este continente es demasiado grande para describirlo. Es todo un océano, un planeta aparte, todo un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria. Sólo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos "África". En la realidad, salvo por el nombre geográfico, África no existe.»
Estas palabras de Kapuscinski son el prólogo a esta obra publicada en 1998, una colección de crónicas del periodista polaco, que ha vivido en África como corresponsal durante más de treinta años, en los que ha conocido a reyes y dictadores, a jefes de aldea y a niños moribundos, ha vivido entre ellos y con ellos en la miseria, en la nada del espacio y del tiempo, en un paréntesis en la historia, donde hombres y mujeres transitan entre el amanecer y el ocaso buscando algo que llevarse a la boca, no hay más problemas sólo el de sobrevivir. Esto lo narra sin un ápice de demagogia, sin nada de condescendencia o sensiblería; sus letras fluyen como si estuviese contando un partido de fútbol, como si en vez de contar los kilómetros que tienen que andar todos lo días los niños para conseguir agua, (y como una simple a garrafa de plástico ha supuesto para ellos un salto tecnológico) estuviese describiendo una receta de cocina. Periodismo en estado puro, la agilidad y la sencillez con que presenta los asuntos nos llega directa, como un puñetazo en el pecho, no necesita de adjetivos ni de puestas de sol. Pero esa mirada que narra, es una mirada limpia, una mirada que no comenta, sólo describe lo que hace aun peor la realidad de los momentos vividos, porque produce que nosotros también veamos, que sintamos por tanto, como se nos revuelven las tripas al contemplar como viven y mueren otros seres humanos.
Está claro que lo que cuenta no está escrito desde un hotel con aire acondicionado, que no está escribiendo algo que alguien le contó, Kapuscinski es una fuente directa del dolor y de la muerte, también de la maldad y de la sanguinaria estupidez de sus dirigentes.


Sus caminos no son los habituales de los periodistas enviados a África, el se pierde por el continente en caravanas de camellos, y en caminatas interminables en busca de agua, vive en cuartos tapizados de cucarachas y en las chozas de los pigmeos, vive en suma como uno de ellos, aunque entreviste al Emperador de Etiopía o al Gereral Idi Amin Dada.
En Viajes con Herodoto cuenta como la Historia del escritor griego fue el único consejo y el regalo que le dio su primer director de periódico cuando salió de la facultad y lo lanzaron de la provinciana Polonia comunista a recorrer el mundo. Esta afición por la historia es la que le hace buscar las causas y los porqués de como es posible que estas personas puedan vivir así, más cerca de la muerte que de la vida.
Este Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, 2003 por «su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje», nos presenta en Ébano un reportaje de 340 páginas en el que dice que se trata de un diario íntimo, de un libro autobiográfico y así parece por que lo que nos cuenta es realidad, vida vivida en primera persona, no hay tópicos ni lugares comunes sólo hay verdad, la verdad de un periodista, de un historiador que aspira a ser el Herodoto del siglo XX o más modestamente el editor del periódico que publica quien fue el hombre que mato a Liberty Valance.
Su viaje transcurre desde los años de las independencias africanas, tiempos de esperanza, hasta el pasado mas reciente de las matanzas en Ruanda donde nos explica las causas del genocidio de un millón de tútsis.














Ha sido testigo de veintisiete revoluciones, un centenar de sequías, incontables guerras, epidemias y hambrunas, de los cuatro jinetes del apocalipsis; en 1966 fue rociado de gasoil y estuvo a un tris de morir quemado por unos guerrilleros. Todo esto lo ha plasmado en una veintena de libros y un documental (Viaje imperfecto, 1994) La magnitud de su obra lo convierten en algo mas que un reportero, en un humanista: "Estoy fascinado por la forma en que se hace la historia. Cualquier historia, de Europa o del mundo, siempre es dramática y sangrienta en un inicio. Lo mismo se aplica a África: nace en el dolor, el sufrimiento y el conflicto"
Recorre África en coches alquilados por caminos que nos son carreteras, en camiones llenos de enfermos de malaria, en autoestop en medio del Sahara, y como la mayoría de los africanos, a pie. "Soy un poco un misionero —y muchos misioneros se han sentido bien en África. Es la única actitud posible; de otra forma, las condiciones pueden ser agobiantes. O también puedes ir a un hotel con aire acondicionado y refrigerador. Pero esa no es África".
Camina con los más pobres de la tierra y con los nómadas, pero también acompañó a los líderes de las guerras de liberación del continente, conoce a los tres dictadores de Uganda y atestigua los cambios que África ha sufrido en cuarenta años de historia: "A mediados de los setenta, se habían acabado las promesas de décadas anteriores, en cuyo transcurso la mayoría de los países del continente se habían liberado del colonialismo y habían empezado una nueva andadura de Estados independientes. Tenían la idea de que la libertad traería automaticamente el bienestar. Pero no ocurrió. Los nuevos países africanos fueron escenario de una lucha encarnizada por el poder que utilizaba todo: los conflictos tribales y étnicos, la fuerza del Estado, la tentación de la corrupción, la amenaza de la muerte".












El personaje en el que más se detiene Kapuscinski es en el de Idi Amín, nos relata su paso por la miseria y el vagabundeo ("En Europa, la gente que se ve en la calle camina a un destino determinado. En una ciudad africana no va a ningún lado: no tiene a dónde ir, ni para qué. Deambula, permanece sentada a la sombra, mira a su alrededor, dormita") para alistarse en el ejercito colonial ingles y como gracias a la fuerza de sus puños se convierte en campeón en los pesos pesados y asciende hasta ser capaz de dar un golpe de estado y asesinar a todos sus anteriores jefes, primero, y a trescientos mil ugandeses después, que alimentaron a los siluros de los grandes lagos.
"Nací, incapaz de quedarme en un lugar. Quizá sea una deficiencia: el hombre que está satisfecho no tiene necesidad de irse. Para mí lo más importante es escribir. Y para escribir, necesito esas historias".

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