jueves, 16 de julio de 2009

El Cristo de Velarde


















fotos X-C



Cristo de Prada (o de Velarde) Catedral de Oviedo.
Se dice que su autor es Alonso Berruguete (1488-1561), pero no hay nada que lo demuestre, salvo su belleza. Lo estilizado de sus proporciones, características del primer estilo Manierista, y el dominio de la talla anatómica, al igual que el tratamiento de los pliegues del manto de pureza, así como la idealizada expresión de un rostro en paz, en un momento de máximo sufrimiento, reflejan la formación italiana y el bagaje clásico del autor, que en el caso de Berruguete había conocido el Manierismo italiano por el mismo Miguel Angel y desde entonces conjura el ideal de belleza renacentista con el dramatismo y la exaltación que anticipan el Barroco español.

La talla renacentista, de 2.15 m. de altura por 2 m. de envergadura, es la instantánea de la muerte del Dios, el momento en que la cabeza deja de pensar y sentir, y se derrumba sobre el hombro. El cuerpo, el cadáver, es de una elegancia inhumana (divina). Desde la verticalidad del madero y de la sangre que chorrea por el tablón, los pies, atravesados por el hierro, se abren pidiendo socorro; es un lamento sordo que va ascendiendo según subimos la vista por la imagen sagrada; las piernas, largas, flacas, esbeltas, se giran y se doblan soportando el peso del hombre que antes que derrumbarse, parece que va a saltar, a volar sobre el mundo, al que solo le ata el manto de pureza lleno de suciedad, sangre y orín; la sangre todavía corre por el cuerpo macilento. La encarnación a pulimento es color muerte como el Cristo de Zurbarán del Museo de Bellas Artes de Oviedo. Todos los músculos están en tensión, Jesús esta expulsando su último segundo, todavía es hombre y por eso la imagen transmite de una manera clara y precisa el sufrimiento humano, pero el artesano ha sabido darle en esa elegancia y en ese movimiento de ascensión, una idea de esperanza, de salvación, de vida mas allá de la muerte.
(Nunca hubo dinero mejor gastado por el cabildo de la catedral).

A veces, por la mañana, o por la tarde, penetro en la catedral y me postro ante la figura del Titán primigenio. Creía Dostoievski que la belleza salvará al mundo, también lo creía yo cuando era joven, pero ahora lo dudo (la realidad es tozuda), aún así consigo aislarme gracias a la belleza producida por un artista, que a través del conocimiento y del dominio de la técnica, me causa asombro y consigue calmar mi corazón y darle comprensión de la miseria humana, y aunque sólo sea durante unos instantes, me sirve de faro en la galerna, para no dejarme hundir en la Laguna Estigia.




















«"Ya estoy hastiado de mi sabiduría, como lo están las abejas que han acumulado un exceso de miel. Yo necesito manos que se tiendan hacia mí."

"Yo desearía otorgar y repartir mercedes, hasta que los sabios entre los hombres volvieran a gozar de su locura, y lo pobres a gozar nuevamente de su riqueza."
"Para ello debo descender a los abismos. Quiero volver a ser hombre."
"¿Será posible? ¡No han oído aún que Dios ha muerto!"
"Ha llegado la hora en que os habréis de decir: ¿Que me importa mi compasión? Esa compasión, ¿acaso no es la cruz en la que clavan al que ama a los hombres?"
"¡No son vuestros pecados, sino vuestra moderación, lo que clama al cielo! ¡Vuestra mezquindad, aun dentro de vuestros pecados es lo que clama al cielo!"
"¿Dónde se hallará el rayo que os lama con su lengua de fuego? ¿Dónde la locura que habría que inocularos?"
"Pues bien, yo os predico el Superhombre. ¡El Superhombre es ese rayo, el Superhombre es esa locura!"
"El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el Superhombre: una cuerda sobre un abismo."
"Lo más grande del hombre es que es un puente y no una meta. Lo que debemos amar en el hombre es que consiste en un tránsito y un ocaso."»
Así habló Zarathustra.- Friedrich Nietzsche

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