Coll (1923-1984) dibujó desde siempre y desde
siempre trabajó; a los doce años ya lo hacía en una cantera, aunque intento
compaginar su empleo con los estudios en la Escuela de Artes y Oficios de Barcelona. Trabajó
de albañil hasta que en 1957 el TBO, consigue hacerle sobrevivir de las
viñetas.
A pesar de su reconocimiento, que le llevó, incluso, a exponer en galerías de arte, y de la fama que había alcanzado en el TBO. seguía cobrando lo mismo que quince años atrás. “Yo más que un dibujante que hizo de albañil, soy un albañil que hizo de dibujante”. Coll seguía la tozuda realidad patria, “escribir en España es llorar”, de Larra.
Sus historietas eran breves y lo que parecía un
argumento sencillo, era un gag visual muy destilado, el fruto de un gran
trabajo de concentración, por eso parecían tan sencillos, algo que sucede en
los esketch de Chaplin o de Buster Keaton, el resultado de muchas horas de
planificación, para que el final fuese imprevisible, sorprendente. Coll “era un
maestro en el arte de sublimar humorísticamente los temas más sencillos e
intrascendentes”. Su dibujo, extremadamente elegante, lleno de movimiento y
minimalismo, era un ejemplo para los seguidores de la línea clara en los ochenta.
Sus historietas no estaban protagonizadas por
personajes fijos —como las de Vázquez o Ibáñez— por Anacleto, el Botones
Sacarino o Mortadelo y Filemon, sino que sus héroes eran anónimos: el náufrago,
el motorista, el vagabundo, los indígenas africanos, el cazador… Sus
personajes, altos y desgarbados, recordaban a el Sr. Hulot de Jacques Tati. Esto
producía una duda en el artista, a veces esto le parecía bien ya que así no
estaba atado al guión (que además podría escribir otra persona) que reduciría
su libertad creativa; por el contrario la falta de personajes fijos le impedía
tener asegurado el salario que representaban una páginas contratadas. Esta dicotomía
mal resuelta le llevo a abandonar el tebeo para volver al trabajo de albañil
entre 1964 y 1981.
A pesar de su reconocimiento, que le llevó, incluso, a exponer en galerías de arte, y de la fama que había alcanzado en el TBO. seguía cobrando lo mismo que quince años atrás. “Yo más que un dibujante que hizo de albañil, soy un albañil que hizo de dibujante”. Coll seguía la tozuda realidad patria, “escribir en España es llorar”, de Larra.
En los años ochenta, la revista Cairo, abanderada de la estética de la línea clara, intenta recuperar a Coll
para el cómic, haciéndole un homenaje, ya en su primer número, en 1981 y encargándole
la portada de algún otro ejemplar.
Pero el 14 de julio de 1984 encontraron a Coll en
su bañera, con un cable eléctrico alrededor del cuello.
Otro talento español desperdiciado, y es que cuánta razón tenía Larra, somos expertos en cerrarnos las puertas.
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