domingo, 23 de diciembre de 2012

Nuria y Héctor. En el chino












HÉCTOR (pensando al entrar en el restaurante):
Querías cenar pronto. ¿Quién va a cenar a las nueve de la noche? Por eso está vacío. Ahora no nos queda otra que hablar. Cuéntame algo, ¿cómo van las cosas?
Yo sólo quería cenar esta noche contigo para estar a tu lado y no tener que hablar nada de esas cosas, de hablar sólo de nosotros y de decirnos lo que pensamos y lo que sentimos cuando estamos juntos y cuando no estamos y nos echamos de menos, y que cosas podemos hacer para vivir juntos o si merecerá la pena o si sólo será una utopía. Tienes que decirme cuánto me quieres y todas esas cosas.

Esto no es un culebrón, es verdad, sé que suena apocalíptico pero te aseguro que no lo es. Se trata de impaciencia.

NURIA: Los restaurantes chinos certifican la soledad de las parejas. Arrinconadas, como nosotros,  mirándose a través de las cortinas color crema: decorado inhóspito.

H: Pues a mi me gustan todos esos dragones dorados y los peces de colores y esa música tan sexy, me transporta a la China mandarina.

N: Todo en ellos incita al aburrimiento, a la incomunicación, ¿no ves que nos lo ponen en bandeja?, ¿qué es lo que tienen los chinos?

H: Pues podíamos haber ido a una sidrería, ahí si que hay ruido y comunicación y humanidad para dar y tomar.

N: ¿Por qué siguen atrayendo a la gente?, no lo entiendo, están acabados. Encima luego te duele el estómago.

H: La verdad es que antes íbamos mucho más a los chinos, era lo único distinto que había, además de los cines. Ahora ya están muy vistos y su comida se repite tanto como las lentejas de mi madre. Preferimos cosas más exóticas como los indios o los mejicanos.

N: Venimos porque son baratos o porque están las veinticuatro horas abiertos y no son más que las nueve de la noche y en este país es imposible cenar antes de las diez.

H: Venimos porque aun tienes la esperanza de lo inusual, de la aventura, como cuando encendemos la televisión esperando una película genial aunque sabemos de sobra que no habrá nada que ver.

N: Ah… ya, como esas parejas primerizas que se casan, sobre todo, porque tiene ganas de ir a un resort de República Dominicana a que les pongan una pulsera en la muñeca.

H: Bueno, o como los cruceros de vacaciones en el mar, donde van los de cuarenta a disfrazarse de Roger Moore y Raquel Welch, para bajar a cenar con el capitán y una copita de champán.

N: ¿Entonces por qué tenías tanta prisa?, ¿qué querías decirme que era tan urgente?

H: No era nada, sólo era que te echaba de menos como un tonto, era la primera vez que nos separábamos más de una semana.

N: Y querías decírmelo en este marco incomparable.

H: No te quejes que sé que te gustan los rollitos de primavera y el arroz tres delicias y, sobre todo las gambas. Sólo era una excusa para que hablásemos de nosotros, tranquilos, sin las prisas del horario.

N: Así que se trata del futuro, de nuestro futuro juntos, de la posibilidad de vivir juntos.

H: Vaya, podías esperar a los postres, se ve que no leíste las normas del buen comensal.

N: Ya sabes que no me gustan los rodeos, especialmente cuando sé que hay una conversación pendiente.

H: Pero también sabes que me pongo nervioso y me siento acosado cuando me encaras así.

N: Lo hago en broma porque sé que para ti es peor que el examen de conducir.

H: No, no pasa nada malo, es algo bueno, estamos juntos y seguimos, ¿no?

N: Relájate, podemos empezar sacando estadísticas y datos sociológicos. Índice de probabilidades de seguir juntos en cuatro años y cosas así.

H: Yo me pido las de Franco, que siempre salía que sí, que sí a todo.

N: Podemos empezar con la afinidad, porque, vamos a ver, ¿de qué signo del zodiaco eres? quiero saber si nuestros karmas son compatibles, sino mal asunto.

H: Yo soy tigre, pero tú tienes pinta de ser del año del mono loco o de la grulla asilvestrada.

N: Y qué me dices del feng shui, ¿porqué no pensarás colocar la cama mirando al sur, verdad? Eso da mala suerte.

H: Lo que pienso poner al sur es a ti, después de diez días sin vernos.

N: Lo que importa a esta altura de la vida es si tenemos cosas en común, cuantas más tengamos mejor. Eso suma, no resta.

H: A mi me gustan los canarios.

N: Ya me lo habías dicho, no me importa, ves, soy tolerante, pero me niego a limpiar la jaula. Hablo de otras cosas en común.

H: No te preocupes, ahora los hay mecánicos. Me gusta oír la radio por toda la casa y no soporto ver la televisión.

N: Eso ya lo sabía. Hablo de futuro, ¿se trata de nuestro futuro juntos, no? ¿He dado en el clavo después de tanto misterio?

H: La cantonesa ya nos mira mal. ¿No crees que debemos leer la carta  y pedir el menú?

N: En estos restaurantes siempre pido lo mismo, no me gusta investigar precisamente aquí.

H: O sea que rollitos de primavera, arroz tres delicias y gambas con salsa agridulce, ¿o las prefieres con setas chinas y bambú?

N: Mejor con setas y bambú. Espero que no te guste este tipo de decoración kitsch porque si no, no tenemos afinidad, eso es básico.

H: Lo que tu quieras, pero me encantan los dragones, ¿no te acuerdas de mi camisa de dragones?  Hay cosas que tienen que ser como tienen que ser, y los chinos, chinos.

N: Vamos de lo general a lo particular, bien. Después de la decoración va la moda ¿te gusta como visto?

H: ¿Quién, tú?

N: Yo, sí.

H: Me encanta, el milagro de que seas incapaz de conjuntar nada.

N: Odio los conjuntos y los colores complementarios, lo sabes. Si no te va no hay nada más que hacer; somos caso perdido.

H: No, si me fascina, sobre todo cuando pones la blusa morada con la falda roja, sólo te faltan las coletas y el caballo a pintas.

N: Vives metido en un corsé.

H: Eso si que me gusta, los corsés, pero ya veo que es una batalla perdida, tendré que limitarme a los conjuntos de algodón women secret.

N: ¿Te gustan las mujeres anuncio? entonces tampoco vamos muy lejos.

H: No, lo que me gustan son los anuncios con mujeres, sobre todo los de helados.

N: Las exigencias siempre a nosotras y mira cómo vas tú de ropa interior.

H: ¿Qué les pasa a mis calzoncillos de lunares? ¿Qué, acaso no estoy bien?

N: Son demasiado simples, ¿no quieres algo más novedoso?

H: Tengo unos de raso con sirenas.

N: Bueno, entonces dime la verdad. ¿Podemos plantearnos algo en común?, ¿lo dejamos como está, o lo dejamos para los fines de semana que estamos más descansados?

H: Pensé que esa fase ya estaba superada, que ahora íbamos a otro estadio, casi como brahmanes, que ya no éramos intocables.

N: Es justo lo que estoy planteando, déjate ya de chistes con acertijo.

H: Y bien ¿en tu casa o en la mía?

N: Es que tu casa está muy lejos.

H: Eso depende de donde te coloques.

N: Además es húmeda ¿y si luego me da cistitis?

H: No te preocupes, conozco una solución mágica.

N: Veo que no hay acuerdo, pues como en el póquer, arrastro.

H: ¿Arrastras en qué, en picas o en bastos, o en corazones rojos?

N: No te veo muy animado con el cambio, no muestras interés.

H: Es que para bajar al mercado hace falta un fajo de billetes con una goma y yo me los olvide en el taquillón.

N: Podemos aplazar la propuesta y mientras pensar si merece la pena o si estamos mejor como ahora.

H: Lo que pasa es que yo no se muy bien como estamos ahora, hoy aquí y mañana allí, como a salto de mata, como dice Rohmer en Cuento de invierno: hombre con dos casas, difícil de guardar.

N: Es lo normal, vivimos en el siglo XXI no el XV, trasiego constante, qué quieres… calma absoluta.

H: A mi no me lo tienes que contar, que mi abuela era vaqueira de alzada desde el neolítico.

N. Pues eso, no te vayas a apoltronar ahora, eso sí que no por favor, no lo aguantaría.

H: Bien, no sé qué me quieres decir con eso. Todo es más sencillo, sólo tienes que decirme si quieres que vivamos juntos o no, el resto son casualidades.

N: Casualidades con las que hay que contar. Si de mano no estás dispuesto, no hay nada que hacer.

H: Mi abuela era vaqueira pero la tuya me parece que era gallega, no puedes decirme si o no y callar un poquitín y comer algo.

N. Yo digo que sí, pero me gustaría que fuera en mi casa, por las vistas.

H: ¿A las vistillas te refieres?

N: No, al exterior, hablo de árboles y pájaros y perros que te hacen la vida una poco más llevadera, no me olvido de los canarios, tranquilo, hay gorriones a tutiplén.

H: Pero si en el portal de mi casa hay una pajarería, ¿no te gustaría peinar a los perros?

N: Ya es tarde, están recogiendo. Tenemos que irnos.

Y se fueron, se fueron lejos, no se sabe a donde.


Imagen Natalia Pastor
Texto Roxana Popelka y X-C

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