El Gatopardo fue escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa durante los últimos años de su vida y fue publicada en 1959 un año después de su muerte, ya que no consiguió en vida que ninguna editorial se la publicase. A continuación obtuvo el más alto premio de la literatura italiana y alcanzó las cincuenta ediciones en 1960.
La novela narra los acontecimientos
históricos que desembocaron en la creación del Estado Italiano. Este proceso se
inició con la unificación de las provincias del norte, estallando a continuación
una sublevación en Sicilia contra el nuevo rey de Nápoles, Francisco II de
Borbón. Para socorrer a los sublevados se organizó en Génova, con la
aquiescencia de Cavour, un cuerpo de voluntarios compuesto por gentes de todas
clases: oficiales, campesinos, aristócratas, vagabundos, poetas… Fueron la Spedizione dei Mille, los llamados “camisas rojas”
al mando del héroe/mito José Garibaldi (1807-1882). El 6 de mayo de 1860 se
hicieron a la mar. La travesía fue complicada a causa de la falta de
experiencia marinera de los rebeldes. El 11 de mayo se realizó con facilidad el
desembarco en Marsala, porque aunque la flota de Francisco II había salido del
puerto para capturarlos antes del desembarco, los garibaldinos tuvieron tiempo
para llegar al muelle, donde estaban atracados dos barcos ingleses, por lo que
la flota borbónica se abstuvo de cañonear el puerto. Garibaldi derrotó en
Calatafimi al contingente de tropas enviado contra él, muy superior al suyo, y
a los veintiséis días de su desembarco se adueñó de Palermo. En dos meses había
logrado reunir bajo su mando a 18.000 hombres. El 28 de julio con la evaluación
de Mesina por los napolitanos se erigió en dueño único de la isla. Entre el 9 y
el 19 de agosto puso pie en la península y se dirigió en marcha triunfal hacia
la capital (Nápoles).
Garibaldi pensaba establecer
la República
en Nápoles y ocupar posteriormente Roma y Venecia. Estos éxitos asustaron a
Cavour que ideó un plan audaz: cruzar las provincias pontificadas de las Marcas
y la Umbría y
entrar en el reino de Nápoles para conquistar las simpatías en pro de Víctor
Manuel. En una entrevista secreta con Napoleón III, éste dio su consentimiento.
El plan se ejecutó al pie de
la letra. Las tropas sardas entraron en Nápoles, donde Garibaldi acababa de ser
aclamado. Tanto en Sicilia y Nápoles como en las Marcas y la Umbría la anexión se hizo a
favor del reino piamontés. La voluntad de integración de la población se
consiguió a través de un plebiscito.
Garibaldi abandonó su dictadura (9 noviembre 1860) y se retiró a Caprera. Arrastrado por el sueño de la unidad italiana, con Roma como capital, puso por dos veces en movimiento a sus voluntarios. La primera fue gravemente herido en una batalla contra las tropas reales en Aspromonte (1862), en un segundo intento sufrió una grave derrota frente a las tropas pontificias y francesas en Mentana, cerca de Roma y hecho prisionero por el gobierno sardo (noviembre 1867), fue confinado cerca de Spezia durante algunos días, al cabo de los cuales se le permitió retirarse una vez más a Caprera.
Garibaldi abandonó su dictadura (9 noviembre 1860) y se retiró a Caprera. Arrastrado por el sueño de la unidad italiana, con Roma como capital, puso por dos veces en movimiento a sus voluntarios. La primera fue gravemente herido en una batalla contra las tropas reales en Aspromonte (1862), en un segundo intento sufrió una grave derrota frente a las tropas pontificias y francesas en Mentana, cerca de Roma y hecho prisionero por el gobierno sardo (noviembre 1867), fue confinado cerca de Spezia durante algunos días, al cabo de los cuales se le permitió retirarse una vez más a Caprera.
La ayuda prestada por
Napoleón a Italia para establecer el equilibrio europeo dio unos resultados
distintos a los esperados. El pequeño reino de Piamonte-Cerdeña, con cinco
millones de habitantes en 1859, había pasado en julio de 1860, a unos 22 millones,
como consecuencia de las sucesivas anexiones.
El 17 de marzo de 1861 un
parlamento italiano reunido en Turín, proclamó rey de Italia a Víctor Manuel de
Saboya. Autor junto con Cavour de la unidad italiana, pocos vínculos presentaba
con sus antecesores. Rey campechano y alegre no ofrecía coincidencias con la Casa de Saboya, y menos aún con la de los
Habsburgo de la muy católica Viena. Sin embargo resulto un hábil político que
supo contemporizar con Cavour, tarea no siempre fácil.
La obra viene enmarcada por estos hechos, ante los cuales coloca el autor a sus personajes, cada uno reaccionará según el puesto que ocupe y la clase social a la que pertenezca. Los nobles reaccionan con temor inicialmente, temor a lo desconocido (llámese desconocido a Manzini, Garibaldi y
Los burgueses con esperanza,
intentando beneficiarse en las ventas de los bienes de la Iglesia expropiados; lo
contrario que le sucede al padre Pirrone —representante de la casta sacerdotal
en la novela— que reacciona con indignación ante estas medidas y también se
verá afectado por pertenecer a La
Compañía de Jesús, ya que el ejercito de Dios (del Papa, al
que están ligados por un “vinculo especial de amor y servicio”) será expulsado
de la Nueva Italia ,
en un intento del conde de Cavour de acabar con su monopolio en la educación.
Tal vez podamos pensar que
la obra sólo es una visión subjetiva y familiar de unos personajes, que aunque
sólidos y muy bien descritos psicológicamente, han sido creados cuatro
generaciones después por un descendiente suyo.
Pero su valor es el de
contarnos como pensaban y como reaccionaban los protagonistas ante la situación
histórica que les toco vivir, unos hombres y unas mujeres representativos de
los distintos estamentos a los que pertenecían, lo que revaloriza la importancia
histórica del relato.
El texto nos es presentado
como si de una fuente histórica directa se tratase, como si el narrador
estuviese presente en todos los acontecimientos que suceden en el transcurso de
la novela y fuese testigo, por tanto, de los hechos históricos que dieron lugar
al nacimiento de la nación italiana.
Frente al romanticismo
exaltado del nacionalismo alemán que acabó convirtiendo
en cenizas todo lo que se le opuso, el
nacionalismo italiano nos es desvelado como un juego florentino; un ejercicio
de diplomacia (vaticana) y cinismo. A fin de cuentas el pueblo italiano nos ha
dado ejemplo de que no necesita de un gobierno para sobrevivir. Ya sabemos que “la
patria es el ultimo refugio de los canallas”[1] y que
nuestros gobernantes se mueven como pez en el agua o mejor como cerdos en el
fango, cada vez que nos hablan de Italia o de España que tanto da, monta tanto,
Isabel como Fernando o Silvio como Mariano, todo debe cambiar para que todo
siga igual.
Mayo 1860
«Un temperamento
autoritario, cierta rigidez moral, una propensión a las ideas abstractas que en
el hábitat moral y muelle de la sociedad palermitana se habían convertido
respectivamente en una preponderancia caprichosa, perpetuos escrúpulos morales
y desprecio para con sus amigos y parientes.»
Aficionado a las matemáticas
y a la astronomía, «vivía en perpetuo descontento aun bajo el ceño jupiterino,
y se quedaba contemplando la ruina de su propio linaje y patrimonio sin
desplegar actividad alguna e incluso sin el menor deseo de poner remedio a
estas cosas.»
El rezo del rosario nos
introduce en una familia religiosa y monárquica, conservadora y orgullosa.
Nunca se cuestionará a la monarquía a pesar de que el nuevo rey, Fernando II,
sea un «seminarista vestido de general», un hipócrita que sólo busca
confidentes. Fabricio compara a la dinastía borbónica con sus palacios, salas
de magnífica arquitectura y mobiliario repugnante. Ve en la cara de esta
dinastía las huellas de la muerte y se pregunta por el destinado a sucederla
¿Será el Galantuomo o será la
República de Manzini? Pero ni la violencia ni la guerra
conseguirán arreglar nada.
No marchan bien las
relaciones familiares, su favorito se había fugado de casa y a su primogénito
lo tiene por un idiota. Su mujer era ahora demasiado vieja y despótica, lo que
le servía de disculpa para visitar a su querida. Su sobrino Tancredi, al que
había adoptado cuando era pequeño, era a quien más quería. Con una mezcla de
incertidumbre y orgullo observaba los enredos de este con los conspiradores
rebeldes: «Sí allí no estamos nosotros estos te endilgan la república, si
queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie.»
Todo el mundo habla de los
futuros pero próximos cambios, los burgueses con esperanza, los clérigos con
temor. El príncipe en cambio piensa que «todo seguirá lo mismo, pero todo
estará cambiando».
El 11 de mayo un millar de
rebeldes al mando de Garibaldi desembarcarán en Marsala dirigiéndose a
Castelvetrano.
Agosto 1860
Tras haberse unido a las
tropas de Garibaldi, Tancredi vuelve a casa convertido en capitán, es entonces
cuando piensa el príncipe en la posibilidad de casarlo con Concetta. Gracias a
las amistades de su sobrino se consigue que no sea expulsado el padre Pirrone,
jesuita.
Toda la familia se va de
vacaciones a Donnafugata, donde todo sigue igual, el mismo recibimiento, las
mismas visitas… La llegada es celebrada con una cena de gala, entre los
invitados destaca Calogeno Sedara, que de la nada había sabido aprovechar las
circunstancias para amasar una fortuna, lo acompaña su hija Angélica cuya
belleza perturba a todos los asistentes, en especial a Tancredi.
Octubre 1860
Tancredi se había ido, hacía
más de un mes, al campamento de las tropas reales en Caserta. Mientras el
príncipe se hallaba incómodo en la nueva situación y envidiaba a sus feudales
antecesores. Recibe una carta de su sobrino en la que le pide su mediación para
casarse con Angélica. Fabricio sopesa sangre y fortuna, pero al final accede y
habla con don Calogeno al que le parece bien la unión.
El día 21 se celebra el
plebiscito para la unión a la futura Italia, el príncipe contempla imponente el
pucherazo y piensa que esta no es manera de empezar ninguna obra.
Noviembre 1860
Vuelve Tancredi a
Donnafugata, viendo con él, Cavriaghi, un apuesto y joven oficial que se
enamora de Concetta tal como había planeado Tancredi, para poder disfrutar en
libertad con Angélica por las intrincadas estancias del palacio. Ambos esperan
la boda con ilusión, ella para emanciparse y él para conseguir el dinero que le
corresponde a su apellido.
Llega a la villa un enviado
del prefecto de Cirgenti para ofrecer el cargo de senador a Fabricio, este lo
rechaza alegando una serie de tópicos sobre la pereza siciliana.
Febrero 1861
El padre Pirrone va a pasar
unos días a su pueblo, a visitar su familia. Al anochecer se forma una pequeña
tertulia en la que sus amigos le preguntan por la situación política, las
expropiaciones a la Iglesia
y los impuestos producen malestar entre los contertulios que ven como unos
cuantos aprovechados se enriquecen.
El odio y las bajas pasiones
caracterizaran este viaje al mundo rural de los hombres con honor, «imbéciles
violentos capaces de cualquier matanza».
Noviembre 1868, Palermo
Después de la venida de los
piamonteses, después de los sucesos de Aspromonte, desaparecidos los espectros
de expiación y violencia, los bailes y las fiestas estaban en su apogeo, los
aristócratas no se cansaban de encontrarse para congratularse de que existían
todavía.
Se celebraba el baile de los
Ponteleone, el más importante de aquella breve estación, los Salina presentaban
en sociedad a Angélica que a los pocos momentos de su llegada se convirtió en
el centro de la atención y admiración de todos sólo ensombrecida por la
presencia del coronel Pallavicino, que al mando de las tropas reales derrotó a
Garibaldi en Aspromonte.
Julio 1883
Fabricio enfermo de gravedad
viaja a Nápoles para consultar al profesor Sémola, la pesadez del viaje agrava
su situación, al llegar a Palermo se desvanece teniendo que ingresar en un
hotel. No oía otro rumor que el interior de la vida que se salía de él, en sus
últimos momentos pasa revista a sus vida, pequeños recuerdos ocupan su
pensamiento mientras siente como se vacía, «no era yo un río lo que brotaba de
él, sino un océano tempestuoso, erizado de espuma y de olas desenfrenadas…
El fragor del mar se acalló
del todo»
Mayo 1910
Concetta y sus hermanas se
habían convertido en tres beatas solteronas que luchaban por la hegemonía
familiar. El palacio se iba disfrazando poco a poco, convirtiéndose en una
especie de santuario o capilla. Concetta pagaba, «con el ánimo indiferente de
un padre que salda las cuentas de los
juguetes que a él no le interesan pero que sirven para que los chicos sean buenos», los caprichos
religiosos de sus hermanas.
Fue este año, gracias a la
visita de un amigo de Tancredi, cuando descubrió que este, ya muerto, la había
amado y de que «su porvenir había sido matado por su propia imprudencia, por el
ímpetu rabioso de los Salina y cedía ahora el consuelo de poder atribuir a los
demás su propia infelicidad, consuelo que es el último engañoso filtro de los
desesperados».
En 1963 El Gatopardo es adaptada al cine por Luchino Visconti que crea una
obra maestra, una obra pictórica a la vez que literaria y cinematográfica, que
se convertirá, con el tiempo, en el prefacio o antiguo testamento de El padrino (Francis Ford Coppola,
1972-1974) como si Don Fabricio fuese el padrino al que Vito Andolini (Robert
de Niro Marlon Brando) rinde pleitesía al volver a Sicilia para matar a Don
Ciccio, el asesino de su madre y de su padre.
Burt Lancaster como Don
Fabrizio, alcanza una de las cimas de la interpretación anticipando su papel de
padrone en Novecento (Bernando Bertolucci, 1976) la película que comienza el
día que muere Verdi, el 27 de enero de 1901 y donde se reflejan los lodos de
una burguesía que por miedo al socialismo se arroja en brazos de Mussolini en
1922 como ahora lo hacen en brazos de Il
Cavaliere porque «si queremos que todo siga como está, es preciso que todo
cambie».
¡Hasta mañana Manuel!..¡Hasta mañana! Salgo de la panadería, miro a los lados y desde la izquierda me veo llegar con el aspecto de 20 años atrás. Vuelvo a tener pelo, entrecierro los ojos por culpa del humo de mi cigarrillo, visto mi chupa de cuero de dos colores...¡No hay duda soy yo!¡No puede ser! ¿Qué hago? ¿Hago como que no me he visto? ¿Voy hacia mi mismo e intento averiguar que está pasando? ¿Me autoaviso de mis errores futuros para evitarlos?..
ResponderEliminarMe despierto. ¡Uf, menos mal......que nos queda Portugal. (Por si te sirve Asfi)
Menuda lección de historia, así se entiende, que profesor perdió el mundo contigo! Mezclando la clase de historia con historia del cine! Cómo solo tú sabes hacerlo.
ResponderEliminarMuy bueno, a mi me asaltan muchas inquietudes al respecto de esa epoca, en general; en toda europa.
ResponderEliminarNo termino de verle la cara a la "mano negra", ¿ burguesia , aristocracia, iglesia ?, todos se articulan eficazmente para apagar cualquier intento revolucionario..parece imposible una solución.
Ayer vi algo sobre los marinos de Kronstadt, sería muy interesante conocer tu relato de este tema,también.
Pues eso, por fin demuestras tu buen gusto en el blog. Está genial, lo has logrado, te ha costado pero al fin lo tenemos: Hemos logrado que el color rojo del anagrama de Lloviendo Piedras coincida con el color rojo de la portada del libro que comentas. Joder, lo que hace estar en Madrid y pasear por El Reina Sofía todos los días. Si llegamos a saber de todo lo que estás siendo capaz te mandamos antes.
ResponderEliminarBesos
Combativo, eficaz. Una muestra de la maestría adquirida en los momentos de barra y biblioteca. Lo gris se despereza; gana la luz, el sol ametrallado de septiembre, el mes de las revoluciones.
ResponderEliminarQué bien sientan los cambios¡ Qué bien te sientan a tí¡. Enhorabuena, por todos los acontecimientos (que renuevan, construyen, ilusionan,...) Generando sabia de primavera en el incipiente otoño.
ResponderEliminarBesos