viernes, 29 de julio de 2011

Deckard

«—Todo es verdad —dijo Rick—. Todo lo que las personas han pensado alguna vez —puso el motor en marcha.
—¿Estás bien?
—Estoy bien —respondió Rick, y pensó: voy a morir. Estas dos cosas también son ciertas. Cerró la puerta y se elevó en el cielo nocturno.
En otros tiempos habría visto las estrellas, pensó. Hace años. Pero ahora sólo está el polvo y nadie ve nunca una estrella, al menos desde la Tierra. Quizás allá donde voy se vean las estrellas, se dijo mientras el coche ganaba velocidad y altura, y se alejaba de San Francisco hacia la deshabitada desolación del norte.  Hacia un lugar adonde no iría ninguna criatura viva mientras no sintiera que el fin había llegado.
Caminó por la cuesta. Cada paso le costaba más. Estaba demasiado fatigado para subir. Se detuvo a secar el sudor que caía sobre sus ojos y las lágrimas saladas, con todo el cuerpo dolorido. Enfadado consigo mismo escupió, con furia, desdén y odio a sí mismo, sobre el suelo yermo. Luego siguió trepando por aquella elevación solitaria y poco familiar, alejada de todo. Nada estaba vivo allí, aparte de él mismo.
El calor. Ahora hacia calor. Era evidente que había pasado el tiempo. Y sentía hambre. No había comido en sabe Dios cuánto tiempo. El hambre y el calor se combinaban en un sabor venenoso que recordaba a la derrota. Sí, eso es lo que ocurre, pensó: de alguna oscura manera, he sido derrotado. ¿Por haber matado a los androides? ¿Por Rachael? No sabía. Mientras avanzaba, un manto vago y casi alucinante nubló su mente. Sin saber cómo estaba en un punto situado a un paso de un precipicio ciertamente fatal, de una caída humillante y desesperada. Y tenía que proseguir, aun cuando nadie lo viera. No había nadie allí que registrara su degradación ni la de nadie; y el orgullo o el valor que pudiera finalmente exhibir también pasaría inadvertido. Las piedras muertas, las agonizantes hierbas envenenadas por el polvo no lo verían ni recordarían.
En ese momento la primera piedra lo golpeó en la región inguinal. Y el dolor, el conocimiento esencial de la soledad y la pena, llegó hasta él en su forma desnuda y verdadera.
Se detuvo. Pero un impulso, un impulso invisible pero real, irresistible, lo indujo a continuar la ascensión. A rodar hacia arriba, como las piedras, pensó. Hago lo que hacen las piedras, sin voluntad, sin que esto tenga el menor sentido.
Una cama, pensó. La última vez que estuve en una cama fue con Rachael. Infracción al estatuto. Cópula con androides; absolutamente ilegal, aquí y en los mundos-colonia. Ahora debe estar de vuelta en Seattle, con los demás Rosen, reales y humanoides. Querría poder hacerte lo que tú me has hecho; pero no se puede, porque a los androides no les importa. Si te hubiera matado anoche... Ese fue mi error. Sí, pensó; todo surgió de allí. De eso y de acostarme contigo... Una cosa que me dijiste era verdad. He cambiado. Pero no del modo que tú habías previsto.
De otro modo peor.
Y sin embargo, no me importa. Ya no me importa.»

2 comentarios:

  1. Genial texto, por su estructura, por lo que no dice.
    Ganas de leer más.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Este texto lo he compuesto con palabras pronunciadas por Dekcard en distintas partes de la fantástica novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, escrita por Philip K. Dick en 1968, en la que está basada Blade Runner.

    ResponderEliminar