miércoles, 25 de febrero de 2009

Miguel Galano


Miguel Galano es pintor de Tapia de Casariego (la patria es la infancia), donde sopla el nordés, y la niebla se estrella contra el pueblo. Donde la noche es larga, aunque no tanto como el mar, y en las horas se entremezclan, desapareciendo la línea del horizonte. Apenas se puede vislumbrar una pequeña barca, entre el azul, casi negro de la obscuridad. Desde los acantilados todo se ve pequeño y desesperado, la distancia hace que tengamos otras perspectivas, una visión más desapegada, también más desesperada y solitaria de la vida y de las cosas, como la mar.

Se fue a Madrid, sabiendo lo que quería ser, pintor. Nunca había salido del pueblo. Aprendió la técnica en La Escuela de Arte, se hizo profesor, vivió en Mérida, León, Madrid... y siempre pintando, primero de una manera y luego de otra; probó géneros y texturas. El retrato le hizo ir conociéndose, mientras se iba pintando y de mirar, paso a mirarse.

Cuando pintó a su padre, ya era un pintor de verdad, que pintaba paisajes, y los pintaba como si fueran retratos. Intentaba buscar la verdad en las olas y en las ventanas de las casas, eran retratos, o tal vez autorretratos, de las viviendas, del entorno; porque si nada de este mundo nos es ajeno, tampoco a Galano, que pintaba, ya no lo que veía, sino lo que vivía y luego sentía. Los rincones que se iban posando en su memoria, y que su retina los volvía a reflejar, como un espejo de lejía sobre el lienzo.

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