Te veo en espejo todos los días, me miras y no te reconozco, sólo
veo un hombre acabado, un hombre solo. Triste, acabado, tienes tanto miedo que
tu cara parece un mapa del Antiguo Testamento. Quieres borrar el espejo,
quieres desaparecer, y no entiendes porqué aguantas, porqué estás vivo, no
puedes más, no hay ninguna razón para vivir, no llega ningún mensaje, ninguna
frase de dientes, solo besos escritos en el ordenador como si fuesen jeroglíficos
egipcios.
Que fácil sería sino te quisiese, sino te sintiese, sino te
desease…
como cuando iba a la escuela
y jugaba al balón
una y otra vez
una y otra vez
todo el rato.
No soporto tu mirada
me da miedo
no te conozco
y no te quiero
no se de donde sales
de aquellas mañanas de rastro
y tardes de fútbol.
Y mi cara se raja
transformándome en un monstruo
(un Frankestein de carne y llanto)
carne comida por el amor (por los besos que no me das).
Hoy me he afeitado y me he vuelto a ver,
ya no quedaba nada,
los restos, el confeti pisoteado, los posos de los vasos, el fin
de la fiesta, una ofrenda maya en el eclipse, un ratón en su ratonera, una fuga
de sangre por la aorta, la quema de todos los libros, el fin de todos los
sueños, la clara silueta del diablo; no hay nada mas allá.
Y por qué tengo que recordar cualquier cosa... cualquier cosa me
lleva a ti y desata ese amor que me está devorando.
Ya llevaba tanto tiempo escondido que no recordaba la luz. Ni tan
siquiera sabes hablar, lo que ya no puedes es dormir, dormir soñar no mas, ese
planeta olvidado. Ahora te limitas a pasearte por encima de tu cama, a dar
vueltas por arriba o por abajo, encender y apagar la luz, ponerme encima o
debajo de las sábanas y repetir tu nombre, porque cada vez que cierro los ojos
te veo tan claramente como un amanecer de película, y me levanto y me vuelvo a acostar,
camino por el pasillo, enciendo el ordenador, miro a la ventana, vuelvo a la cama,
guardo el reloj en un cajón, salto de un libro a otro, de Foster Wallace a Carver
de Roth a Hammett, recuerdo algo y busco por las estanterías un poema de
Bernhard, pero esto me lleva a Poe; escribo en la libreta, me vuelvo a levantar,
escribo en el ordenador apenas dos líneas, no hay manera, no importa, ya todo lo
asquea; me levanto otra vez y amago con poner Centauros del desierto; ya amanece, acabo Libertad de Franzen (la frustración y la soledad
americana, el país a donde huyeron los que no pueden amar) y me emocionan sus últimas
páginas, me acuerdo de Tolstói caminando por el bosque bajo la nieve escapando
de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario