domingo, 21 de agosto de 2011

Versos amebeos











foto X-C




Ángel González

I
Hay mañanas en las que no me atrevo a abrir el cajón de la mesa de noche
por temor a encontrar la pistola con la que debería pegarme un tiro.
últimamente las noches me mantienen literalmente en vilo,
y los amaneceres se me echan encima como perros furiosos,
arrancándome pedazos de mí mismo,
buscándome con saña el corazón.
La luz no hace más que enfurecer a esos perros enloquecidos
que no son exactamente las mañanas,
sino lo que ellas alumbran o provocan:
la memoria de dientes amarillos,
el remordimiento de fauces rencorosas,
el miedo de letal aliento gélido.

Hay mañanas que no deberían amanecer nunca
para que la luz no despierte lo que estaba dormido,
lo que estaría mejor dormido
y aún en el sueño vela, acosa, hiere.

II
He aquí que, tras la noche,
llegas, día.
Golpea hoy con tu gran aldaba de luz mi pecho,
entra con todo tu espacio azul en mi corazón ensombrecido.
Que levanten el vuelo los pájaros dormidos en mi alma,
que llenen con su alegre griterío la mañana del mundo,
de mi mundo cerrado
los domingos y fiestas de guardar
secretos indecibles.

Hágase hoy en mí tu transparencia,
sea yo en tu claridad.
Y todo vuelva a ser igual que entonces,
cuando tu llegada
no era el final del sueño,
sino su deslumbrante epifanía.

2 comentarios:

  1. Canción de amiga. Angel González

    Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.

    Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
    Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
    Las estrellas tan altas son destellos de hielo.

    Helado está también mi corazón,
    pero no fue en invierno.
    Mi amiga,
    mi dulce amiga,
    aquella que me amaba,
    me dice que ha dejado de quererme.

    No recuerdo un invierno tan frío como éste.

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  2. A más de treinta grados

    De repente, en un instante, a más de treinta grados, llegó el invierno, todas las hojas de los árboles se cayeron de golpe y la esperanza se trocó en el frío mortal del infierno. Cuatro días en el cielo habían bastado para que las catedrales de palabras se derrumbasen como castillos en el aire. Otra vez en el suelo, otra vez solo, otra vez esa sensación de querer morirme, de gritar sin fín, de no saber a donde ir, de no tener a donde ir. Esperar la noche en el día y el día en la noche, sentir como quiero vomitar el corazón y como los pies giran sin saber hacia donde caminar. Hoy empieza otra vez, la vida que no quiero, la mala vida, la muerte en vida, el agobio de saber que ya nada importa, que los actos no tienen importancia ni consecuencia, que todo lleva al mismo sitio, al rincón, donde quisiera estar ahora tirado, gritando de dolor, revolcandome en mi vómito, otra vez debo huir, sin saber porqué, sin saber a dónde, sólo corriendo.

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