
Somáticos es el nombre de la exposición que habita estos días la Galería Lola Orato, en la calle Oscura de Oviedo.
María Castellanos y Alberto Valverde nos presentan sus últimos trabajos en los que plantean la relación entre el ser (nosotros) y su apariencia, utilizando los materiales que nos envuelven y rodean, desde nuestra propia piel, hasta las telas que nos cubren o disfrazan, o la tecnología que ya usamos como si fuese un apéndice más de nuestro cuerpo (o Yo), una prolongación de lo que somos en tanto que somos vistos. Por eso, pantallas de video, ingenios electrónicos, telas bordadas, fotografías y restos de teléfonos móviles, ocupan la sala.
María Castellanos y Alberto Valverde nos presentan sus últimos trabajos en los que plantean la relación entre el ser (nosotros) y su apariencia, utilizando los materiales que nos envuelven y rodean, desde nuestra propia piel, hasta las telas que nos cubren o disfrazan, o la tecnología que ya usamos como si fuese un apéndice más de nuestro cuerpo (o Yo), una prolongación de lo que somos en tanto que somos vistos. Por eso, pantallas de video, ingenios electrónicos, telas bordadas, fotografías y restos de teléfonos móviles, ocupan la sala.
El profesor Valverde nos introduce a través de Ventanas, Recopilación de objetos humanos y El humano perfecto; en el mundo de la virtualidad, nos hace asistir con asombro a como en cuatro sellos de correos enmarcados en la pared, sus personajes, hombres y mujeres de la calle, se dirigen a nosotros, sonriéndonos y hablándonos. En un elegante minimalismo consigue hacernos sentir la dignidad de ser ciudadanos y de que no hay nadie más importante que nosotros en libertad.

Sobre una mesa, a modo de prototipo, una veintena de frascos de cristal con restos de aparatos electrónicos (objetos humanos) conectados por cables entre si, —alguno todavía nos envía señales como si fuesen las llamadas perdidas o los mensajes no leídos— teléfonos en su mayoría, sumergidos en un fluido, como si fuesen órganos en formol en un laboratorio de medicina o biología; tal vez el del doctor Frankenstein que creyéndose tan sabio jugo a ser dios y acabo perdiéndolo todo, destruido por su Criatura. Y aunque ninguno hace ademán de comernos como el tiburón tigre de Damien Hirst, tal vez fueron mas peligrosos en vida, cuando nos contaban a la oreja, llamadas de despido y anuncios de enfermedades, historias de muerte y desamor. pequeños monstruos que nos devoraban empezando por martillear el oído interno con todas esas cosas que no queríamos escuchar y siempre nos repetían. Metáfora visual de cómo la máquina ha empezado a instalarse, a ser una parte más de nuestro cuerpo.

En una de las paredes aparece una pantalla de video que se apodera de nuestra imagen para mezclarla con la de los demás espectadores, creando una especie de hidra de mil cabezas y mis rostros distintos formados por partes de cada uno de nosotros que nos perdemos entre la multitud. Dejamos de ser uno para convertirnos en masa.
Hace de nexo de unión del trabajo de Valverde con el de Maria Castellanos, otra pieza tecnológica, un espejo ovalado en el que contemplamos no únicamente nuestros rostros pasmados sino que sobre ellos surgen nubes o flores como si fuesen tatuajes sobre nuestra piel interfiriendo en nuestra propia visión, a la que estamos acostumbrados.
Hace de nexo de unión del trabajo de Valverde con el de Maria Castellanos, otra pieza tecnológica, un espejo ovalado en el que contemplamos no únicamente nuestros rostros pasmados sino que sobre ellos surgen nubes o flores como si fuesen tatuajes sobre nuestra piel interfiriendo en nuestra propia visión, a la que estamos acostumbrados.
Maria Castellanos, nacida en Gijón en 1985, es la ganadora del premio Asturias Joven 2008. Trabaja en una tesis sobre el cuerpo humano como aglutinante entre el arte, el diseño y la tecnología.
Según entramos en la sala nos recibe un gran círculo de tela de algodón, montado sobre un bastidor, en el que la artista ha pintado sombras y flores, y ha confeccionado un collage con más flores recortadas, de distintas variedades y tamaños. Kant escribió que al percibir la belleza de las flores "encontramos una finalidad que juzgada como lo hacemos, no se remite a ningún fin".
Es difícil saber cual es la relación entre el diseño y el arte, y cuales son los límites de cada uno. Aquí tenemos una mezcla entre diseño textil y cuadro circular; un bodegón en tela confeccionado con los nenúfares de Monet extraídos del agua y las flores recortadas del vestido del alguna princesa prerrafaelita, tal vez María despojó de sus ropajes a la pobre Ofelia ahogada por el llanto del odio y la traición. Pertenece a un Tiempo imaginario, a otra época, tal vez a aquella en la que se tejían los sueños con la simple prenda de un beso.
Es difícil saber cual es la relación entre el diseño y el arte, y cuales son los límites de cada uno. Aquí tenemos una mezcla entre diseño textil y cuadro circular; un bodegón en tela confeccionado con los nenúfares de Monet extraídos del agua y las flores recortadas del vestido del alguna princesa prerrafaelita, tal vez María despojó de sus ropajes a la pobre Ofelia ahogada por el llanto del odio y la traición. Pertenece a un Tiempo imaginario, a otra época, tal vez a aquella en la que se tejían los sueños con la simple prenda de un beso.
Subimos las escaleras de la galería y dos marcos redondos de color beis, como si fueran aquellos espejos circulares forrados de skay que poblaban las casas de los años sesenta entre papeles pintados con paisajes japoneses y los tapetitos sobre los televisores y sobre los brazos del tresillo, nos presentan dos simétricos y velludos pechos de hombre rodeados por esos mismos tapetes, tal vez para remarcar la belleza de los pezones masculinos o tal vez para disimular lo feos que son, y fundir piel y tela, piel y funda, piel y moda, y convertir el cuerpo en simple adorno.
En la pared de enfrente dos fotografías de gran formato en blanco y negro que pueden recordar a Mapplethorpe (por el desnudo blanco y negro) nos enseñan un pie y una pantorrilla y un muslo y una rodilla; hilvanados, cosidos, juntados, casi tatuados en los que se ha introducido una blonda cual mariposa. Adornos para tapar las cicatrices, como esa sonrisa que ponemos en el rostro ante los demás cuando lo que quisiéramos hacer es gritar nuestra desesperación y nuestra soledad.
Como adorno aparecen, lo mismo unos broches en tela que unos recortables de narices como si estuviésemos en la boutique o en la clínica de cirugía estética.

Recuerdo al personaje de Búfalo Bill —adorador de El Gran Dragón Rojo de William Blake— en El silencio de los corderos que se intentaba transformar en una mariposa vistiéndose con una funda confeccionada con las pieles arrancadas de mujeres a las que tenía prisioneras. Era la forma en que intentaba escapar de si mismo y de la culpabilidad que sentía por los malos tratos que él había sufrido de niño. No se le ocurrió otra cosa que esconder su dolor entre el dolor que infligía a los demás (“el infierno está en los otros”).
La piel como si fuese otro tejido más, sobre el que trabajamos y diseñamos nuevas piezas de moda para presumir de modelo nuevo, el culto al cuerpo como antes fue a la alta costura. La banalización de nosotros mismos convertidos en maniquíes, todo fachada, tiene mas importancia la puntillita, el adorno que el interior. La piel pasa de ser nuestra última frontera (o precisamente tal vez debido a eso) a ser nuestro reflejo interior, la piel como espejo del alma. Ahora el logotipo de la marca ya ocupa tanto espacio que la ropa le queda pequeña, así que es tatuado en la piel (que no olvidemos, es la parte de nuestro cuerpo encargada de sentir el placer y el dolor, las caricias y las agresiones). Ya no somos ciudadanos, somos consumidores.
Al fin lo han conseguido, ya no somos lo que pensamos (cogito ergo sum) somos lo que tenemos (compro ergo sum).
La piel como si fuese otro tejido más, sobre el que trabajamos y diseñamos nuevas piezas de moda para presumir de modelo nuevo, el culto al cuerpo como antes fue a la alta costura. La banalización de nosotros mismos convertidos en maniquíes, todo fachada, tiene mas importancia la puntillita, el adorno que el interior. La piel pasa de ser nuestra última frontera (o precisamente tal vez debido a eso) a ser nuestro reflejo interior, la piel como espejo del alma. Ahora el logotipo de la marca ya ocupa tanto espacio que la ropa le queda pequeña, así que es tatuado en la piel (que no olvidemos, es la parte de nuestro cuerpo encargada de sentir el placer y el dolor, las caricias y las agresiones). Ya no somos ciudadanos, somos consumidores.
Al fin lo han conseguido, ya no somos lo que pensamos (cogito ergo sum) somos lo que tenemos (compro ergo sum).

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