miércoles, 2 de julio de 2014

Tengo tu voz lejana
















foto X-C



Tengo tu voz lejana,
                     extraña,
como pegada a mí,
si, pegada a mí,
totalmente pegada a mí,
                  dentro de mí,
                  entre el martillo y el yunque.
Como si te tuviese dentro,
                               dentro de mi cabeza,
en ese espacio pequeño que llena mi alma
                               de estremecimiento.
Alegría y dolor,
como El anillo de los nibelungos,
sin anillo y sin nibelungos,
solo la música de Wagner
cuando Tristán agoniza
e Isolda muere de amor.
Pero me estoy yendo,
decía que tengo la voz
dentro de mí.
Una voz que sube y baja,
que cambia de palabras,
que sale de tus labios,
              de tus dientes,
              de tu lengua,
              de lo profundo de tu garganta,
              de tus pulsaciones.
Imagino que me sumerjo en tu pecho.
Me lanzo como si fuese al mar,
desde una roca,
con las dos manos juntas,
como cuando era niño.
Y me sumerjo en ti,
mis manos abren tu pecho
y separan tus costillas
y dejan que mi cuerpo entre dentro de ti.
Buceo entre tu corazón y tu alma,
aparto un bosque huesos,
un mar de venas y arterias.
Estoy dentro de tus músculos, de tu  carne,
(intento) busco tus entrañas,
                         tu alma.
Pataleo con fuerza,
cuando casi me ahogo
entre globos rojos y blancos.
Busco el fondo de donde salen tus palabras,
                         de donde salen tus besos,
de lo que pasa cuando te acaricio,
de porque me acaricias.
Subo por tu cuello
hasta entrar en tu cerebro.
Ácido desoxirribonucleico,
columnas de ADN que suben por la espina dorsal.
Busco de donde salen las palabras,
de esas cosas que me has dicho.
Busco tu amor.
Quiero saber la razón,
                      el porqué.
Busco la esencia,
como si fuese el perfumero de Suskind.
Quiero saber porque hablábamos.
Me hablabas después de hacer el amor,
no te cansabas de preguntarme,
con aquella vocecita que ponías
después de correrte,
cuando me quedaba tan relajado y feliz
que levitaba sobre aquella cama,
sobre aquellos cielos de una capital,
cazurra y amarilla,
llena de miseria y egoísmo.
Solo nubes y aves que pasan,
cigüeñas y garzas,
un recorte japonés
contra el cielo de Velazquez.
Una tristeza de ciudad, subterránea y satélite,
ignorante y pobre,
la misma de Cervantes y Quevedo.
Una ciudad maldita por las brujas de Macbeth,
porque no hay ningún bosque que pueda avanzar,
solo fusilados, muertos,
como los pintó Goya.


                    

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