jueves, 6 de marzo de 2014

Me estoy jugando la vida



















Me estoy jugando la vida,
mas bien la regalo,
(un regalo) a la muerte
y a todos los que no vivimos,
no vemos mas allá de la muerte (de ella),
de la desesperación,
del paseo (triunfal) hacia la nada.

¿Quién es ese insecto
que se cae de la cama
cayendo con las patitas
hacia arriba?
y el caparazón en el suelo
Tendré que gritar,
no, yo no grito;
me quedo en el suelo
boca arriba echando
líquido por la boca
y por las grietas del abdomen,
del cuerpo mancillado.
Cada día despierto
así, como un
Samsa cualquiera,
aterrorizado
y soñando con
tus besos (contigo).


imágen Héctor Cruz Juárez:
Él y la Metamorfosis


2 comentarios:

  1. ¡Hay gentes tan desgraciadas, que ni siquiera
    tienen cuerpo; cuantitativo el pelo,
    baja, en pulgadas, la genial pesadumbre;
    el modo, arriba;
    no me busques, la muela del olvido,
    parecen salir del aire, sumar suspiros mentalmente, oír
    claros azotes en sus paladares!

    Vanse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen
    y suben por su muerte de hora en hora
    y caen, a lo largo de su alfabeto gélido, hasta el suelo...
    (Cesar Vallejo)

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  2. Ser o no ser, ésa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud con sólo un puñal. ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan; antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos.

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