miércoles, 23 de octubre de 2013

150.000












foto X-C



Para celebrar  las 150.000 visitas a LLOVIENDO PIEDRAS voy a contaros lo que me pasó hoy por la mañana:
Me levanté tarde, o temprano, no se muy bien la hora que era, porque a las dos apagué la luz y a las cinco la encendí, porque los libros se amontonan en la mesita y ya ninguno me interesa, tal vez por lo inútil de las letras o por lo falso de las palabras.
Me levanté y puse el café, vomité y encendí el ordenador. Coloqué la entrada diaria en feisbuk y me fui de casa porque ya no aguantaba más. Empecé a andar, no recordaba lo de ayer, aunque sabía que algo bueno no había pasado.
Caminé en busca de una sidrería lejana. De calles antiguas pasé a bloques nuevos y luego a casas pequeñas y solares y urbanizaciones a medio hacer. Subía por sitios que ya no eran ciudad. Llovía sin parar, de esa manera que me gusta tanto, como si fuese llorando.
Caminaba envuelto en nubes, rodeado de angustias y sumido en un profundo dolor que me desgarraba de los pies a la cabeza. No me importaba seguir andando pero quería llegar a algún sitio. La puta realidad no dejaba ni un gramo de esperanza, todos nos rendíamos y olvidábamos la ilusión (los sueños), dejándonos caer en un egoísmo estúpido y suicida.
Lleno de mugor esta vez no buscaba explicaciones, solo quería distraerme o morirme, porque ya la nausea me había vencido.
El cielo azul plomo, se confundía con el color del asfalto y al doblar una curva vi —me pareció ver— a una chica caer a la carretera. Quedé sorprendido, pero un coche subía a toda leche, así que corrí hacia ella y el coche se detuvo. Me arrodillé a su lado y comprobé que estaba despierta aunque parecía colocada, le quite el pelo de la cara y descubrí sus ojos azules.
¿Estas bien, como estás? le pregunte.
La levanté del suelo para quitarla de la carretera, el del coche ya se había ido. La sujeté con fuerza porque se caía por todos lados. Seguía lloviendo y no había un puto banco donde sentarla.
¿Qué te pasa, como te llamas?
Tenía marcas rojas en el cuello, rayas en paralelo como si se hubiese cortado con una cuchilla gillette GII.
Tranquila, ¿que tomaste?
Una caja de tranxilium 50.
Intentaba soltarse pero se caía, caía a un lado y al otro.
La agarré muy fuerte y la arrastré, buscando un sitio donde sentarla. Me dijo que se llamaba María Jesús, que era de Astorga y que tenía dos hijos. Y que no la querían.
¿Pero no te das cuenta de cómo estás?
Puedo llamar a tus padres.
No tengo padres, él me violó a los ocho años y lo único que me dio mi madre fue el apellido.
No quiero vivir.
¿Dónde vives, a donde te puedo llevar?
Vivo en una casa abandonada en la carretera del Rayo, pero ahora tengo que ir al centro de salud por medicinas.
Déjame, yo puedo.
Y se caía a un lado y a otro, según, no podía sujetarla.
Tenía las manos oscuras, como las manos de una gallina, y las uñas negras.
Alguien le había pegado, tenia un ojo morado. Debía haber sido muy guapa. Pero ahora era una perra mojada, una sombra.
Conseguimos  alcanzar un banco. Se dormía y despertaba exaltada: ¡No quiero vivir!
No quiero vivir.
Llegó un coche de la policía.
Un imbécil de casi dos metros me preguntó que pasaba.
¿No lo ves?
Una yonqui de mierda, dijo.
Llegó la ambulancia y otro coche de policía. Se pusieron a hablar del complemento salarial y de que ya no había manera de cobrar las horas extra.
Ella seguía muy nerviosa y nadie le hacia caso, la ayude a subir a la ambulancia y decía no quiero no quiero, me van a ingresar en el psiquiátrico, quiero morirme, no quiero vivir más.
Seguía lloviendo, aunque no me di ni cuenta, llovía tanto
Me paré un momento en la acera pensado en donde estaba, que hacía allí
Tiré pa rriba
Seguro que encontraría un bar


1 comentario:

  1. ...todos nos rendíamos y olvidábamos la ilusión (los sueños), dejándonos caer en un egoísmo entupido y suicida.
    Así comienza el final.

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